En marzo de 1858, toda la ciudad de Lourdes se conmovió ante las declaraciones de Bernadette Soubirous.

Jean-Baptiste Estrade, funcionario fiscal de la pequeña ciudad, sigue siendo escéptico y cree en un engaño. Su hermana, sin embargo, conoce bien a Bernadette pero, ante esta locura, la disuade de creer en las apariciones. Todas estas certezas se rompen cuando va a encontrarse con la joven y convertirse en testigo y defensor de su buena fe.

Se activa entonces a propagar y a apoyar a Bernadette. Este relato, marcado por la sensibilidad religiosa del siglo XIX, no ha perdido nada de su pertinencia. Testimonia una fe cristiana ardiente y un fuerte apego a la Iglesia.